viernes, 26 de agosto de 2016

Presencias vacías.


He visto a tu sombra, paseándose a altas horas de la noche por mi habitación, recordándome tu ausencia que tantas noches de insomnio y llantos desconsolados me ha supuesto.
Le he pedido que se vaya, pero no parece ser menos cabezota que tú e insiste en acompañarme en mis noches de soledad y charcos en el suelo, en ocasiones viéndose reflejada en ellos y asustándose por su irreconocible aspecto: oscuras ojeras enfermizas y el rastro de unas recientes lágrimas surcando sus pálidas mejillas, que solían brillar con más intensidad que el sol en su momento de esplendor, bien por las carcajadas que le provocaban mis chistes sin sentido o bien por el placer que le producía correrse entre mis brazos.

La he visto llorar desconsoladamente en un rincón, haciéndome compañía y provocando que extrañe la tuya;
la he visto gritar e insultar sin compasión alguna por la frustración que le producía sentirse incomprendida y sola en numerosas ocasiones;
la he visto sentada en un bar, ahogando sus penas en otros brazos que no fuesen los míos, abanicándose de calor y provocando el mismo a su paso;
la he visto agazapada en el alféizar de su ventana, sintiendo la música con los ojos cerrados y la piel
erizada, como si de mis caricias se tratase;
y es que, la he visto de tantas maneras, en tantos momentos, que me es imposible no invitarla a la cama y recorrer su cuerpo como si lo conociese tan bien como su pasado, para que a la mañana siguiente, a la primera luz del alba, su presencia desaparezca y con ella la sensación de volver a sentirte cerca, aunque no lo hayas estado desde aquella noche que decidiste que esta cama,
estos brazos
y esta vida,
no eran tu lugar.