martes, 3 de mayo de 2016

Tempus fugit.

Llevo tiempo intentando mendigar al destino por un instante que haga que no me sienta vacía,
porque sí, creo en los momentos felices, que aunque fugaces, perduran allí donde hacen su gran aparición.

Llevo mucho tiempo mirando al suelo, sin fijar la vista al frente, y te preguntarás por qué, si las mejores oportunidades se encuentran a mi alrededor, y si bien eso es cierto, ellas han decidido pasar de largo y sólo me queda la triste esperanza de que podré recoger de él las ilusiones ya rotas y ennegrecidas para reconstruirlas y volver a darles vida, porque no hay nada más bonito que reconstruir las piezas de alg(uien)o que un día estuvo roto.

Llevo demasiado tiempo aquí sentada viendo el tiempo pasar, cuando lo único que un día quise hacer fue abrazarle y reírme del tiempo y del olvido, creyéndoles incapaces de alcanzarnos, porque joder, todo se detenía cuando le tenía al lado,
 y negando lo inevitable que aún estaba por llegar, finalmente, llegó nuestro final.

Porque en esta vida todo llega a su fin, incluso su sonrisa que un día me pareció infinita y que fue el motivo de otras tantas mías,
los besos furtivos cuando creíamos que nadie nos miraba y nos sentíamos los dueños de todo lo que nos rodeaba, y lo que es más importante aún, de nosotros mismos,
el brillo en sus ojos cuando le decía lo precioso que estaba ese día, y al que muchas otras miradas pudieron llegar a envidiar,
el vaivén de su pelo retando al viento a un duelo de delicadeza y elegancia, que siempre acababa ganando él,
los besos que acababan en sonrisas
y
los 'te quiero' que acababan en polvo y no en cenizas.

Que sí joder, que llevo mucho tiempo pidiéndole al viento, el cual declaro como testigo, que me devuelva esas sonrisas bobaliconas que esbozaba al mirarle fijamente a los ojos, y gritándole a la lluvia que me devuelva las noches en las que juntos corríamos desenfrenadamente por las calles de Madrid, mi preciosa Madrid, mientras entre beso y beso, buscábamos un refugio a la formidable lluvia que nos empapaba, hasta que rindiéndonos en la búsqueda, optaba por sus brazos como el mejor refugio posible.
Y allí, abrazados en medio de la nada, sentíamos el agua caer sobre nuestros cuerpos en representación al llanto de los muchos corazones que vivían sin llegar a vivir y morían sin llegar a hacerlo, de los cuales el mío no formaba parte,
aunque ahora
sí.

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